Nunca antes sentí la brisa de Caracas rozar las laderas del Ávila. Fue algo así como el padre de todos los silencios. Durante 15 minutos todos los ojos de Venezuela, sin condición política, se incrustaron en los televisores. Allí estaba el Presidente Hugo Chávez, como un gigante, contándole al mundo de esta otra prueba a que lo somete la vida. Un ascenso difícil que él mismo ha equiparado al Chimborazo, esa montaña sobre los hombros inmensos de los Andes. Como en un calidoscopio se arremolinaron en la mente de muchos las imágenes de un Bolívar contemporáneo que ha batallado contra todas las adversidades: del joven soldado que aquel 4 de febrero de 1992 lanzó el profético "por ahora"; del Comandante que emergió triunfante sobre los golpistas el 13 de abril de 2002; del Presidente que más elecciones ha ganado junto a su pueblo en la historia de Venezuela; del latinoamericano de Ley que reivindica los derechos del Sur a no ser el traspatio histórico del Norte. Me atrevo a asegurar que cuando Chávez terminó de explicar lo que él denominó "la razón médica", una nube de desolación y tristeza cubrió el continente y más allá¼ Pero cuando de su alma brotaron las palabras de "la razón amorosa", una conexión emocional, casi umbilical, alumbró los rostros de millones de seguidores que lo escuchaban. No había duda de que ese hombre estaba ahí para invitarnos a seguir luchando, viviendo y venciendo. Tan pronto terminó la transmisión del comunicado, Caracas se vistió de rojo, rompió el silencio y comenzó a gritar, a una voz, "Pa’lante, Comandante", con la certeza de que eran escuchados en La Habana. Desde entonces no se habla de otro tema. Para Pedro Marillan, "si había alguna incertidumbre en torno a su estado de salud, todos fuimos testigos al escucharlo y ver al hombre vencedor de las dificultades, asumir su diagnóstico, con entereza y optimismo, porque está consciente del rol que el destino le ha encomendado¼ Por lo tanto está muy lejos el final, solo se encuentra en el comienzo de la tarea". Y mientras las abuelas oran y agradecen a Cuba en las iglesias y en los parques, y los jóvenes toman las plazas con afiches de Chávez y Fidel, y los periódicos le dedican todos los titulares, Braulio Martínez, hombre de pueblo, amaneció ayer con una advertencia a sus compatriotas: "Pongamos nuestros corazones en la recuperación de Chávez y nuestros ojos en vigilia permanente, para mantener estable nuestros rumbo y cumplir con nuestros sueños". Como Braulio, millones de venezolanos están en guardia para que la oposición (y sus medios carroñeros de comunicación) respeten la condición humana de su líder. Como en circunstancias históricas anteriores, el pueblo se ha crecido para esperar a un Chávez vencedor. "No puede pasarle a él, porque entonces nuestras vidas no tendrían sentido", nos dijo vehemente Teresa Maniglia, su jefa de Prensa Presidencial, y para no dejar duda de su optimismo se fue cantando la misma canción de Alí Primera que inspiró el mensaje de Chávez: "Yo sé que un día tuviste sueños/ moviste un río cuando pequeño/ pero tu alma se te alegraba/ con la llegada del vendaval". Y tenía mucha razón el canto feliz de Teresa, que lo ha visto salir triunfante de todos los abismos: solo los grandes batallan sin lamentos¼ Esos son los que ganan.