08/Mayo/2012 JUAN GÓMEZ / CLAUDI PÉREZ / MIGUEL MORA Berlín / Bruselas / París. _
Para muchos europeos esto ya no es
una recesión; es una depresión. Veinticinco en el continente, el consumo está parado,
la confianza de las empresas bajo mínimos y a diario se anuncian recortes del
Estado de bienestar ante la interminable crisis fiscal y financiera.
Las elecciones en Francia y en Grecia han funcionado como una especie de plebiscito sobre esa
política de disciplina fiscal a rajatabla impuesta desde Berlín y Bruselas para
calmar a los mercados: la tijera es muy necesaria, pero franceses y griegos
abjuran de la cruzada ideológica impulsada por Alemania. Más allá de París y
Atenas, Europa
entera quiere volver a discutir la profundidad del ajuste, la velocidad a la que se recorta, la necesidad de
acompañar la imprescindible tijera con políticas de estímulo. Bruselas, a
regañadientes, empieza a moverse en esa línea. Berlín, no. Berlín sigue en sus
trece.
La canciller alemana, Angela Merkel, rechazó ayer
categóricamente la posibilidad de renegociar el tratado que consagra la
austeridad en la zona euro. Merkel aseguró que recibirá “con los brazos
abiertos” al presidente electo de Francia, el socialista François Hollande, que
a lo largo de la campaña ha prometido docenas de
veces reabrir el tratado para añadir
un anexo sobre crecimiento. Esa promesa y la tozudez de los hechos (con media
Europa ya en recesión) obligan a cambiar el paso a la UE, a Alemania y al
mismísimo Banco Central Europeo (BCE). Pero inmediatamente después de su calurosa
bienvenida, Merkel aseguró que “no está en disposición” de asumir cambios en el
tratado. Una de dos: o se trata de un movimiento táctico para tantear la
entereza del nuevo inquilino del Elíseo, que no va sobrado de margen por la
debilidad de la economía francesa, o lo que se avecina en Europa es un choque
de trenes entre Francia y Alemania y esos “brazos abiertos” son para darle a
Hollande el abrazo del oso.
Bruselas asiste
aparentemente impasible a ese tacticismo que se deriva de los primeros
escarceos entre París y Berlín, que se saldarán con una fórmula que satisfaga,
dentro de lo que cabe, a las dos partes. “A nadie le interesa en Europa que el
eje francoalemán se rompa”, según fuentes europeas, aunque las mismas fuentes
aseguran que el dominio alemán de los últimos años, la falta de un contrapeso
de Francia, ha sido contraproducente.
La UE no tiene una verdadera agenda del crecimiento desde el
Libro Blanco de Delors, allá por los años noventa, o desde el fallido proyecto
constitucional que impulsó Romano Prodi. El presidente de la Comisión, el
conservador José Manuel Barroso,
comenzó su mandato abrazando la desregulación y el laissez faire, para después apostar por los estímulos
keynesianos tras la quiebra de
Lehman Brothers. Cuando llegó la crisis fiscal, fue fiel aliado de Merkel y
Sarkozy en la aplicación estricta del rigor fiscal y las reformas
estructurales. Ahora la Comisión empieza a corregir el tiro: Barroso se reunirá
próximamente con Hollande para discutir "cómo impulsar la economía a fin
de generar un crecimiento duradero sobre bases saneadas y cómo crear nuevos
empleos", aseguró una portavoz. En apenas unos días ha anunciado un plan
de inversiones, y ayer Bruselas confirmó que va a suavizar los plazos para
recortar el déficit en los países con problemas como España. Pero el equipo de
Barroso considera que Bruselas lleva dos años promoviendo ese tipo de políticas
procrecimiento. La realidad es otra: la austeridad se ha consagrado en los
tratados, mientras que los estímulos apenas están en la cocina, en multitud de
informes a la espera de que se sustancie el cambio de rumbo que ha imprimido
Hollande a la política europea.
El debate que emerge en Europa es fundamental. Están en
juego las relaciones francoalemanas sobre la base de la velocidad de los
ajustes. El margen de Hollande es reducido: no puede repetir los errores de
Mitterrand en los ochenta —un programa keynesiano de gasto público y social que
retó al capitalismo financiero—, porque los mercados reaccionarían con una
fuerte presión sobre Francia. “La gran pregunta es si Hollande puede conseguir
un cambio en la inamovible posición de Merkel: si realmente Alemania cede y se
liberan así fondos para impulsar el crecimiento. Tiene apenas unas semanas para
conseguirlo. Hasta que se aclare el equilibrio de fuerzas políticas en
Alemania”, apunta Guntram Wolf, vicedirector del laboratorio de ideas Bruegel.
No hay mucho tiempo, y además los
resultados de las elecciones griegas dejan en Europa una incógnita preocupante. El desplome de los
partidos preeuropeos deja abierta una posibilidad —remota, eso sí— de abandono
del euro. “Una mayoría preeuropea aclararía el horizonte y es posible, pero ni
mucho menos segura. Y con el segundo programa de ayuda en marcha, el mercado
empieza a preocuparse por cuánto va a durar el próximo Gobierno. Esa inestabilidad
es preocupante”, advierte Daniel Gros, director del CEPS de
Bruselas.
Esos interrogantes deben responderse con unas legislativas pendientes en Francia y unas elecciones regionales en Alemania, y en medio de
toda la fanfarria ligada a un cambio en la presidencia de Francia, tan
significativo para un continente dominado masivamente por la derecha. Algunos
cambios no han tardado en llegar: el domingo por la noche terminó el ninguneo
de la familia conservadora europea al presidente electo francés. Cuando la
victoria fue un hecho, Merkel agarró el teléfono y llamó a Hollande. “Le
felicitó, le mostró su voluntad de cooperar y le invitó a viajar a Berlín en
cuanto tome posesión de su cargo”, resumió Pierre Moscovici, el director de
campaña socialista. Ambos acordaron que el nuevo presidente francés viajará a
Berlín en cuanto sea investido,
el 15 de mayo. Según confirmó a este diario una fuente socialista, en su primer
encuentro Merkel y Hollande abordarán ya los detalles del pacto de crecimiento
que el nuevo jefe del Estado francés desea añadir al pacto fiscal. Francia no
ratificará el tratado que consagra la austeridad en Europa tal y como está. En
las próxima semanas se verá qué puede arrancarle a Alemania: parecen factibles
la aprobación de la tasa Tobin, el impulso al Banco Europeo de Inversiones y el
uso inmediato de los fondos estructurales bloqueados para estimular el
crecimiento, e incluso la relajación de los plazos para reducir el déficit en
varios países. Sobre la mesa hay también un par de ideas heréticas en Alemania:
los eurobonos y el papel del BCE.
El ritual
del traspaso de poderes
EFE
El presidente electo de Francia, el socialista François
Hollande, tomará posesión del cargo el próximo día 15, última fecha posible
para la ceremonia de traspaso de poderes. La fecha del traspaso fue definida
conjuntamente por el equipo de Hollande y por el del presidente saliente, el
conservador Nicolas Sarkozy, según fuentes de ambos partidos.
El mandato de Sarkozy se acababa, como máximo, diez días
después de la celebración de la segunda vuelta de las elecciones, lo que hacía
del 15 de mayo la última fecha posible para el traspaso de poderes.
Según la tradición, Hollande llegará al Palacio del
Elíseo, donde será recibido por Sarkozy y, juntos, mantendrán un encuentro
privado en el que, entre otras cosas, el saliente comunicará al electo el
código de activación del arsenal nuclear francés, prerrogativa exclusiva del
presidente. Posteriormente, el saliente abandonará la sede de la Presidencia y
el entrante pronunciará un discurso.
Desde el palacio de los Inválidos, 21 salvas saludarán la
llegada del nuevo jefe del Estado.
Sarkozy y Hollande han acordado que ambos participarán
mañana martes en las ceremonias de conmemoración del armisticio de la Segunda
Guerra Mundial.