No hay lugar oscuro, cerrado,
privado… porque vivo como si caminara a través de un enorme aparato de rayos X.
Aquí está la clavícula que me partí siendo niña, la pelea que tuvimos ayer por
una nimiedad doméstica, la carta amarillenta que guardo al fondo de la gaveta.
Nada nos salva del escrutinio,
amor, nada nos salva. Pero hoy -al menos por unas horas- no pienses en el
policía al otro lado de la línea telefónica, ni en la cámara de ojo redondeado
que nos capta. Esta noche vamos a creernos que sólo nosotros nos curioseamos
uno al otro.
Apaguemos la luz y por un rato
mandémoslos al diablo, desarmémosles sus manidas estrategias de fisgoneo.
Con tantos recursos gastados en
observarnos y les hemos escamoteado la faceta primordial de nuestra vida. No
saben –por ejemplo- ni un solo vocablo de ese idioma conformado durante veinte
años juntos y que usamos sin siquiera despegar los labios. Sacarían cero en
cualquier examen para descifrar el complejo código con que nos decimos lo nimio
y lo urgente, lo cotidiano y lo extraordinario.
De seguro en ninguno de los
perfiles psicológicos que han hecho sobre nosotros se narra cómo peinas mis
cejas y adviertes en broma que si siguen revueltas terminaré por parecerme a
Brézhnev. Nuestros vigilantes, pobre de ellos, nunca han leído la primera
canción que me hiciste, mucho menos aquel poema donde decías que algún día
iríamos a Sidney o a Bagdad. No nos perdonan, además, que a cada tanto nos
escapemos de ellos -sin dejar rastro- sobre la diástole de un espasmo.
Como el agente Wiesler, en el
filme La vida de los otros,
ahora mismo alguien nos escucha y no nos comprende. No entiende por qué después
de discutir por una hora nos acercamos y nos damos un beso. El atónito policía
que sigue nuestros pasos no logra clasificar nuestros abrazos y se pregunta
cuán peligrosas para “la seguridad nacional” serán esas frases que me dices
sólo al oído. Por eso te propongo, amor, que esta noche lo escandalicemos o lo
convirtamos. Hagámosle despegar el oído de la pared o en su lugar obliguémosle
a garabatear sobre una hoja: “1.30 am, los objetivos hacen como que se
quieren”.