18/Febrero/2012 POR: Por EZEQUIEL ABIU LOPEZ /
AP Santo Domingo, República
Dominicana. - Había unas 70 personas a bordo y todas sabían que la rudimentaria
lancha estaba sobrecargada. Pero la esperanza de llegar a Puerto Rico sin
permiso migratorio era más fuerte que el miedo al mar. Quizás nunca imaginaron
que sólo unos pocos sobrevivirían.
Apenas
dos horas después de zarpar de entre apartados manglares en la oscuridad de la
noche y bajo una ligera, pero pertinaz llovizna, algunos de los viajeros
notaron que la fibra de vidrio de la lancha de apenas unos 38 pies de eslora
estaba despegada de la madera.
Aunque pidieron al capitán volver a la costa, ya era
tarde; dos grandes olas inundaron la pequeña embarcación repleta de inmigrantes
clandestinos, muchos de ellos sin saber nadar, todos sin salvavidas y, como
ocurre en los viajes similares, sin ninguna protección.
“Todo el mundo gritaba, pero estábamos muy lejos, nadie
nos iba a escuchar”, narró Luis Cortorreal, al recordar que en el momento del
naufragio, la madrugada del 4 de febrero, aún podía ver las luces de los
hoteles de la turística península de Samaná, en el noreste de República
Dominicana.
Otros, como Franklin Santos, intentaron infructuosamente
sacar el agua de la lancha, usando latas vacías, pero cada ola fracturaba aún
más la yola, como llaman los dominicanos a las lanchas fabricadas de forma
artesanal casi exclusivamente para las travesías clandestinas al territorio
estadounidense de Puerto Rico.
“Dios me puso ahí esa lata”, aseguró Santos, un vendedor
de autos usados de 35 años y miembro de una iglesia evangélica en su natal San
Francisco de Macorís. Aunque la lata de cinco litros no sirvió para desaguar la
lancha, que ya comenzaba a hundirse, sí le ayudó a flotar una vez en el mar.
Santos, quien vivió sin permiso migratorio en Nueva York
ocho años, narró cómo los viajeros peleaban entre sí para aferrarse a algún
contenedor de gasolina y usarlo como flotador.
El capitán de la lancha llevaba entre 12 y 14
contenedores de gasolina como reserva para el viaje de unas 36 horas que toma
el recorrido de 265 kilómetros desde la bahía de Samaná a Puerto Rico y que
incluyen las peligrosas corrientes del canal de La Mona. La gasolina no fue
utilizada, pero los recipientes sirvieron para que un puñado de viajeros
salvara sus vidas.
“Éramos muchos peleando por un galón (contenedor de
plástico), así que me retiré, me apoyé en la lata y le pedí a Dios que no me
abandonara”, comenta Santos, quien en 2003 viajó en yola Puerto Rico sin ningún
percance y quería repetir la experiencia para volver a Estados Unidos, de donde
fue deportado en 2011, y reunirse con su esposa y sus dos hijos.
El agricultor arrocero Arismendy Manzueta, de 28 años,
explica que, aunque de inmediato vació la gasolina de uno de los contenedores
de plástico y se lanzó al agua, no pudo ayudar a uno de los dos primos que lo
acompañaba en el viaje y lo vio morir.
Experiencia similar vivió María Sobeida Guzmán. Ella
intentaba viajar por primera vez a Puerto Rico en busca de un mejor futuro como
manicurista y al ver que la lancha se hundía se aferró a un recipiente de
plástico, desde donde vio cómo las dos amigas con quienes emprendió la travesía
morían ahogadas.
“Nadé todo lo que pude, cuando salió el sol pensé que nos
iban a rescatar y no recuerdo más. Pero cuando me trajeron al hospital me
dijeron que era la una de la tarde”, recuerda Guzmán, la única de las 10
mujeres a bordo de la lancha que sobrevivió al naufragio.
Guzmán quería conseguir un mejor empleo para enviar
dinero a sus tres hijos, pero ahora le quedarán en el pecho y las piernas las
quemaduras de segundo y tercer grado que le provocó la combinación de gasolina,
agua salada y exposición al sol, explicó el médico Frank Tavárez, director del
hospital del pueblo pesquero de Sabana de la Mar, que atendió a 10 de los 13
sobrevivientes.
Esos 13 viajeros que sobrevivieron tuvieron que nadar
entre siete y ocho horas bajo el intenso sol hasta que pescadores de la zona de
Sabana de la Mar comenzaron a rescatarlos.
“Nadábamos hacia Samaná (en la costa norte de la bahía)
porque se veía cerca, pero las olas estaban muy fuertes, nos arrastraban hacia
Sabana de la Mar”, en el sur, explicó Manzueta, quien también sufrió varias
quemaduras y laceraciones.
Por la fatiga e insolación, Cortorreal, un pintor de
casas de 31 años, pensó que estaba a punto de morir. “Sentía calambres, se me
encogió una pierna; me quedé boyando un rato hasta que me dormí”, recuerda.
Cortorreal comenta que cuando despertó, “ya no sentía
nada, me puse las manos sobre la cabeza y comencé a rezar”. Su fe y un trozo de
salami rescatado de entre los escasos equipajes de los viajeros fue lo único
que le dio fuerza y esperanza para avanzar hasta que un pescador lo sacó del
mar.
Para formar parte del fatídico viaje, que con 54 muertos
y una decena de desaparecidos es considerado ya una de las peores tragedias de
emigrantes dominicanos en la última década, los viajeros pagaron entre 40,000 y
50,000 pesos ($1,030 y $1,280).
“Este año pasó, este año entero y yo no hice ni un
trabajo ni nada”, insiste Cortorreal al explicar los motivos que lo llevaron a
aceptar la propuesta de su hermano, que vive en Puerto Rico, de viajar a esa
isla para buscar trabajo. Su hermano le envió el dinero para pagar la yola.
Según estadísticas oficiales, los viajes en yola de
migrantes dominicanos a Puerto Rico registraron un ligero repunte a finales del
2011, luego de que su número había descendido drásticamente en los últimos tres
años, cuando la crisis financiera global afectó fuertemente a la economía de
Estados Unidos.
Miles de dominicanos han arriesgado sus vidas al viajar
como ilegales en yola a Puerto Rico. Sólo en 2004, cuando una crisis financiera
local desató una migración masiva, unos 12,000 dominicanos viajaron en yola y
al menos 123 personas murieron en el mar.
"La gente se embarca en viajes muy peligrosos, se
montan en tablas con clavos, literalmente", dijo a Ricardo Castrodad,
oficial de Asuntos Públicos de la Guardia Costera estadounidense en Puerto
Rico.
Pero ni el peligro, ni los mayores controles de seguridad
por parte de las autoridades han logrado detener la migración en lancha,
explicó Luis Castro, director de inteligencia naval de la Marina.
El oficial aseguró que en el 2011 la Marina logró detener
a más de 1,200 migrantes y destruyó 199 yolas gracias a que estrechó su
vigilancia marítima, pero el flujo de migrantes continúa.
Castrodad indicó en un documento enviado a la AP que se
estima que de octubre pasado a la fecha, unos 562 migrantes han tratado de
viajar en yola, una cifra superior al total del 2010.
Mientras que el servicio de guardacostas y otras
instituciones estadounidense sólo detectaron y detuvieron 19 yolas con
migrantes dominicanos en 2011, en los últimos cuatro meses el número asciende a
11.
Además, el servicio de guardacostas ha procesado
criminalmente a unas 450 personas provenientes de República Dominicana por
tratar de ingresar de forma reincidente a Puerto Rico desde 2006, usando
lanchas clandestinas.
“La gente no piensa en el peligro, aquí la situación
económica está bastante mal y ellos quieren tener una vida mejor”, considera
Yolanda Reyes mientras prepara en San Francisco de Macorís la ceremonia
religiosa para recordar a sus sobrinos Héctor Eduardo y Pedro Luis, de 28 y 25
años, que viajaron en la yola que naufragó el 4 de febrero y cuyos cuerpos no
han sido recuperados.