25/Enero/2012 Un
año después de la caída del faraón Mubarak, el proceso de cambios en el mundo
árabe sigue abierto, e incierto. Con la sola excepción del precursor Túnez, cuya
transición parece encarrilada, el resto de los países en los que ha habido
revueltas caen en tres categorías:
1. En proceso de transición: Libia y Yemen
Tras una guerra civil en la que los sublevados contaron
con el apoyo internacional, los libios tratan ahora de hacer, más que rehacer,
un país en el que la identidad nacional es débil y los sentimientos tribales
actúan como fuerzas centrípetas. En Yemen, la presión externa y la promesa de
inmunidad, ha conseguido que el presidente Saleh acepte retirarse formalmente
del poder y se ha puesto en marcha una transición política cogida con
alfileres. En ambos casos, va a necesitarse mucho tiempo y mucho apoyo para evitar
que descarrilen.
2. Cerradas en falso: Bahréin y Arabia Saudí
Ni las medidas de reconciliación ni el fondo de
compensación a las víctimas anunciados por las autoridades de Bahréin han
convencido a quienes salieron a la calle para pedir derechos cívicos. A
diferencia de los otros países, la división sectaria entre una familia real
suní y una población mayoritariamente chií dificulta la solución. La democracia
plena acabaría con la dinastía de los Al Khalifa. Las protestas continúan. Como
continúan en la Provincia Oriental de Arabia Saudí, donde las autoridades han
respondido con medidas policiales a parecidas exigencias de su minoría chií
(para el resto de la población ver el último párrafo).
3. En marcha: Siria
Es el caso más difícil. En lo interno, porque los sirios
se encuentran divididos y la correlación de fuerzas no está clara, pero el régimen
sigue contando con el aparato de seguridad. Incluso sectores descontentos con
la dictadura de El Asad se mantienen al margen por temor a la fractura étnica y
confesional del país. En lo externo, la misma división y temores dificultan una
acción concertada a la libia.
Los monarcas árabes que apoyan el status
quo en Bahréin, se alinean aquí con los rebeldes no tanto por
empatía sectaria (en gran medida los sublevados son la mayoría suní contra una
élite gobernante alawí) como por su rivalidad política con Irán, que es el
principal aliado de Damasco. Occidente declara que apoya las aspiraciones
democráticas de los sirios, pero no va más allá de sancionar al régimen porque teme
el agujero negro en el que puede convertirse el país. Lo peor está por llegar.
Finalmente, hay un cuarto grupo de países, cuyos
gobernantes han respondido raudos a las peticiones de sus súbditos (Marruecos,
Jordania y Omán) y han logrado, de momento, contener las protestas. Aquí cabría
incluir también a los que se han adelantado a tal eventualidad con mejoras
económicas y promesas políticas, como la propia Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos
Árabes Unidos e incluso Qatar.
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