lunes, septiembre 19, 2011

Migración refuta versión del New York Times

NO SE DISTINGUE LA DIFERENCIA ENTRE UN "REFUGIADO" Y UN INMIGRANTE IRREGULAR, QUE SON CONCEPTOS DIFERENTES
 
Empleo. Una considerable cantidad de haitianos ocupa puestos de trabajo en
diversas áreas de la economía nacional.

José Ricardo Taveras Blanco

En un trabajo calzado a la firma del señor Randal C. Archibold, el New York Time se refirió a la problemática del drama humano haitiano bajo el siguiente título: “La presencia continuada de refugiados de Haití hace que se desvanezca la buena voluntad de los dominicanos.” Hemos decidido anotar los comentarios de esa crónica, para que nuestras notas sean pasto del tiempo por venir, el cual, de no asumirse adecuadamente por todos los actores nacionales e internacionales, auguro complejo, difícil y peligroso.


La crónica se inicia de este modo: “CHENE, República Dominicana – Ellos han sido acusados de propagar el cólera, teniendo puestos de trabajo y aumentando la delincuencia, y ahora, con los recuerdos del terremoto y la bonhomía que generó desapareciendo rápidamente, este país está tomando medidas: se trata de deportar a los refugiados haitianos, alejándolos lejos de la frontera y en general haciendo la vida difícil.”


De esta superficial e inexacta forma se despacha el texto con cuatro mensajes:
A.- Se acusa a los haitianos de haber propagado el cólera.
B.- Disputar el mercado laboral dominicano.
C.- De una solidaridad y generosidad que solo duró por el terremoto y ha desaparecido rápidamente.
D.- La República Dominicana toma medidas para deportar a “refugiados haitianos, alejándolos de la frontera y haciéndoles la vida difícil.”


Procede entonces hacer las precisiones de lugar:
A.- Se acusa a los haitianos de haber propagado el cólera. El cólera no fue introducido a La Española por los haitianos, la trajeron las tropas que nos envía la ONU, bajo el liderazgo de las naciones de la OCDE y aliadas que la controlan. Fueron soldados de la MINUSTAH los que trajeron las cepas asiáticas a nuestra isla, Haití y República Dominicana son víctimas de una casualidad desgraciada que lastimosamente vino montada en los caballos de esas tropas.

B.- Disputar el mercado laboral dominicano. El mercado laboral haitiano es una realidad que la sociedad dominicana admite y admitirá como parte de un fenómeno absolutamente normal entre dos naciones y economías absolutamente desiguales que comparten una pequeña isla, aunque tenemos derecho a reclamar que se ha desbordado en términos complejos.


La propuesta del reglamento de la ley de migración y la tolerancia de la sociedad y los mercados así lo admite, como otras realidades laborales que forman parte normal de nuestro humilde desarrollo económico, especialmente en lo que respecta a la mano de obra haitiana, por cuyo país y por el nuestro propio nos asiste el deber de jugar un papel de equilibrio y sostenibilidad, como parte de nuestro propio éxito.


Sin un Haití estable y equilibrado social, política y económicamente, el proyecto de nación dominicana se mantendrá bajo amenaza permanente. En consecuencia, no acusamos a los haitianos de usurpar nuestros trabajos, aunque si lo hacemos no nos faltarían razones, pero tenemos derecho a la luz del sol de organizarlo, sin que ello atente contra la estabilidad de nuestro incipiente sistema de seguridad social y al derecho de que nuestro crecimiento aproveche fundamentalmente a los dominicanos.

Ese problema se produce por razones muy obvias que la superfi cialidad de la comunidad internacional conoce pero no enfrenta. En cifras se puede apreciar de manera rápida, Producto Interno Bruto (PIB): Mientras nosotros tenemos US$53,000.00 millones, Haití tiene 6 mil millones de dólares.

C.- De una solidaridad y generosidad que sólo duró por el terremoto y ha desaparecido rápidamente. De este modo se pretende vender que ejercemos una solidaridad pasajera.


Obviamente, el cronista ignora o encubre varios contrastes:
1.- Durante el drama del terremoto, más de un millón de raciones de comida alimentaron Puerto Príncipe con comedores económicos móviles durante semanas.
2.- La única obra física levantada y programada para inauguración en enero del 2012, a un costo de 38 millones de dólares, es la universidad que levanta la República Dominicana en Haití.
3.- La única nación del mundo que invierte permanentemente, más del 10 por ciento de su presupuesto de salud en curar las heridas de una nación vecina es la dominicana. Sin contar que al momento del terremoto nos costó un 25% de nuestro presupuesto de salud. Eso sólo lo ha hecho la República Dominicana.
4.- La única nación del mundo que invierte, en su sistema de educación US$15 millones para educar niños haitianos, es la República Dominicana.
5.- La única nación del mundo que, conservadoramente, admite una inmigración que rebasa el 10% de su población total, impactando abruptamente en su cultura y produciendo choques innecesarios, es la dominicana.
6.- Mientras hacemos todo esto, la comunidad internacional sólo se retrata frente a los escombros y las carpas que expresan la desgracia haitiana, sin que hayan mostrado un tractor prestado para recoger los escombros.

Para no continuar con otros renglones de aporte tangibles e intangibles.

Es probable que nuestra pobreza no nos dé para mucho, pero el contraste frente a una comunidad internacional que posa con la desgracia haitiana y no invierte en ella, más que en unas tropas turísticas que no intervienen en nada, nos resulta honrosa la pequeñez que se le imputa a nuestra solidaridad frente a la afrentosa ausencia de los que deben y pueden enfrentar el problema.

D.- La República Dominicana toma medidas para deportar a “refugiados haitianos, alejándolos de la frontera y haciéndoles la vida difícil.” Lo primero es que no se distingue: la diferencia entre un “refugiado” y un inmigrante irregular, son conceptos diferentes.

Un refugiado es una persona que a consecuencia de guerras, revoluciones o persecuciones políticas; se ve obligada a buscar refugio fuera de su país. Ese no es el caso haitiano, en una nación cuyo estado de derecho se soporta en tropas de ONU, no se puede alegar esos tipos de agravio. Por el contrario, un inmigrante irregular es aquel que siendo originario de un país se aloja en otro, con el objetivo de establecerse en él, especialmente con idea de formar nuevas colonias o domiciliarse en las ya formadas; esta puede ser regular o irregular según el modo legítimo o no con que se ingrese al país de destino.

Contra esa penosa calificación del trato que se le dispensa a los haitianos en nuestro país, no me voy a referir al legítimo derecho que tiene cada estado de reivindicar sus facultades soberanas y el imperio de sus leyes.

¡No! Les pido contrastar en lo que va de año 2011, las cifras de los deportados de los Estados Unidos de América hacia: Guatemala: Más de 15,000. El Salvador: Más de 12,000. Y, República Dominicana: Más de 1,500.


No quiero entrar en detalles con la situación de los inmigrantes irregulares africanos en Europa, ni sobre el cierre de la frontera italo-francesa por el relajamiento de los primeros en los controles con la migración a los africanos y la consecuente petición de revisión del tratado Schengen; tampoco al cierre de las fronteras de Dinamarca, especialmente con Alemania, todo por problemas migratorios y reivindicación del ejercicio de la soberanía a través de sus políticas migratorias.

Respecto a la cuestión de hacer la vida difícil, si se fueran a establecer responsabilidades: ¿Quién es más culpable de la difícil vida de nuestros vecinos? ¿La indiferencia de aquellas naciones que se retratan con su drama y reivindican una solidaridad que no se traduce en otra cosa que en tropas que no conducen ni siquiera a salvaguardar Haití del crimen organizado, la trata de personas, el tráfico humano y la inseguridad ciudadana en general? ¿O nosotros, que aunque se nos acusa de una solidaridad pasajera, resulta inmensa frente a la indiferencia de aquellos desde donde se nos acusa frecuentemente, que son los reales responsables de afrontar el drama?


Los haitianos son negros cuando los devuelve la República Dominicana. Son ilegales cuando los devuelven de alta mar o desde Miami. Somos racistas o se trata de dominicanos de color, si los devolvemos de la frontera por ingresar irregularmente. Se les niega la nacionalidad dominicana, cuando de conformidad con nuestra Constitución y nuestras leyes no lo son, en otros lugares siguen siendo inmigrantes irregulares.

Así nos venden las ONG’s que en algunos casos, lejos de mitigar la desgracia haitiana, la usufructúan inescrupulosamente, dramatizando irresponsablemente nuestros problemas, sabrá Dios con qué fi nes.

La crónica del NYT tilda nuestra interdicción migratoria como una “muestra de impaciencia ante la renqueante recuperación del vecino y la cada vez menor simpatía internacional respecto a sus problemas perennes.”


Es cierto que la recuperación de Haití no cuenta con sufi ciente simpatía, no sé porque no se hace efectiva la ayuda prometida; pero hay otras verdades: La comunidad internacional le ha vendido al mundo que vive interviniendo en Haití por la democracia, contra la opresión y la inestabilidad política e institucional; sin embargo, nunca ha tomado el toro por los cuernos.

La problemática haitiana es de carencias de carácter existencial y no de parches electorales. Haití le urge una administración adecuada, el desarrollo de un registro civil, de seguridad social, escuelas, vías de comunicación, hospitales de todo género, vivienda y, especialmente trabajo y alimentación.

Resulta inmoral increpar a esa pobre e indefensa nación por sus problemas perennes, si los que deben liderar e invertir para resolverlos, nunca lo han hecho adecuadamente.

La burocracia internacional, en turismo y vacuo ejercicio retórico bien fi nanciado y permanente, no cesa de reclamar que los dominicanos paguemos un precio que no podemos pagar solos.

Se nos estigmatiza en base a patrones mediáticos estereotipados y se nos condena frente al mundo, sin reparar en la desgracia que implica la indiferencia con que el resto del mundo no hace más que posar con la desgracia haitiana, mientras nosotros pagamos elevados costos, incluyendo en ellos los patrocinados por distorsiones mediáticas que malogran y desdicen de nuestra imagen e índole solidaria.

Alemania brilla porque ha derribado el muro de Berlín, todos reconocemos la nobleza de ese pueblo y jamás se le vincula a la desgracia a que fue conducido por el nacional socialismo.


En cambio nosotros no, el mundo se empeña en enrostrarnos la matanza de 1937, se utiliza para validar las acusaciones no siempre subliminales de racismo que se inocula con frecuencia, sin reconocer que el propio pueblo dominicano pagó con elevada cuota de sangre los padecimientos de una voluntad omnímoda que lo sojuzgó durante 30 años.

Finalmente, ha llamado la atención la actitud de las comunidades de la zona sur de Santiago de los Caballeros.

La prensa internacional, organismos y gobiernos amigos han reparado en el llamado de esas comunidades de que las autoridades asuman su rol en la deportación de los haitianos, o que ellos lo harían por sus propios medios.

Reconozco que el llamado fue inmaduro y compromete peligrosamente la imagen del país por las manipulaciones que de ello se han hecho y se pudieron hacer. Felizmente ese tema está resuelto y ellos han reconocido el monopolio de las autoridades con humildad y espíritu de colaboración. Sin embargo, nadie se pregunta que generó eso. Nadie repara en que el choque de culturas, expresado a través de confrontaciones que van, desde los hábitos sanitarios hasta la contraposición de hábitos y ritos religiosos ambas comunidades.

El incremento de la comunidad haitiana en esa zona los ha llevado a congregarse en torno a su cultura, en todos los ámbitos, rompiendo el armónico juego de dominó y la camaradería que antes existió.

La estigmatización estereotipada de la República Dominicana como una nación indolente, que rechaza e ignora el drama de sus vecinos, el empeño de una comunidad internacional de posar frente a la desgracia haitiana sin detenerse a curar las heridas del hambre, la carencia de institucionalidad, educación, salud, vivienda y seguridad, entre otras desgracias; nos podrían conducir a no muy largo plazo, a la pérdida del sagrado valor de la paz en la isla.


Esto no sucedería por iniciativa de nuestros respectivos aparatos estatales, sino, porque la historia es abundante en enseñanzas de que, la convivencia de las naciones en espacios geográfi cos comunes tiene sus complejidades, debe llevarse en base a parámetros técnicos y cuasi-técnicos para la preservación de la armonía, sólo veámonos en el retrato de la historia de confrontaciones entre Inglaterra e Irlanda del Norte, los Balcanes, y, la propia difi cultad de compactación de la madre patria, históricamente afectada por el choque de identidades regionales que ha costado tantas vidas.

Frente a este tema, los dominicanos, especialmente frente al resto del mundo, nos debemos un compromiso de unidad nacional. Con Haití, nos debemos un trato respetuoso y solidario, que subraye la convivencia pacífi ca de nuestros respectivos intereses con espíritu de condóminos que, igual que participan de los costes comunes de sostenibilidad de nuestros espacios vitales, en todos los ámbitos, también respeta los espacios individuales e identidad, como medio para lograr la feliz convivencia y el progreso de nuestras naciones.

El autor es Director de Migración

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